Ella

 La paradoja de que mientras más te esfuerzas por olvidar a alguien, más le tienes presente me parece una de las cosas más crueles -y divertidas- que puede existir en este universo. 

Me esfuerzo por mantener en mente que apenas han pasado dos o tres meses, que estoy en camino, que tengo que ser paciente y confiar en que el tiempo me sanará. A veces me cuesta trabajo recordar qué es lo que tiene que sanar de mí. Toda de mí. Y me entristece pensar que un amor que me llenó tanto me destruyó también. Que así como me dio, me quitó. Que el fuego que encendió dentro de mí me dejó en ruinas.

Y eso está bien, creo. Me parece que así funciona -no siempre, pero a veces puede ser que sí-



Incluso cuando sé que estamos mejor así, no puedo evitar extrañarla. Y oh, vaya que la extraño todo el tiempo. La extraño cuando abro los ojos cada mañana y deseo, casi instintivamente, escuchar su voz. Extraño contarle mis pesadillas y mis sueños raros. Extraño insistirle con burla para que me contara sus sueños húmedos conmigo. Extraño platicar con ella. Extraño sentirme normal con ella, acompañada, escuchada. La extraño. Extraño su voz, sus notas de voz -que sólo me enviaba cuando yo se lo pedía- Extraño su cálida piel. Extraño el brillo en sus ojos oscuros cuando me miraba. Extraño su aroma, extraño sus letras, extraño su presencia. 

Todavía si cierro los ojos y me concentro, puedo sentirla conmigo, ahí acostada en mi cama. 

Extraño pelearme con ella. Extraño esta ansiedad que sentía cuando no sabía de ella en un tiempo considerable. Extraño ver su nombre en mis redes sociales cada vez que posteaba algo. Extraño cuando hablábamos de mis tuits. Extraño esa emoción que sentía cada vez que veía que le daban risa los memes de mi página de fb. 

Extraño ver su cara cuando oía canciones que me la recordaban. Extraño hacer planes con ella, soñando que viviríamos juntas y nos amaríamos el resto de nuestras vidas. Extraño esa sensación rara de superioridad porque yo estaba segurísima que no había historia de amor como la nuestra. Que éramos las primeras en vivir algo así. Que seríamos las únicas en confirmar que se podía amar así, a extremos incalculables.

Extraño sentir emoción por la vida. 


Ahora siento que verdaderamente me he quedado vacía, triste y rota. Confundida. Sola.




Pienso en que dejé de escribir la mayor parte del tiempo que estuve con ella porque el amor que sentía me llenaba tanto que no me dejaba pensar. Y era cierto. Estaba yo como intoxicada, drogada, hechizada. Sólo podía pensar en ella, en lo mucho que la amaba y en la mucha suerte que tenía de que ella me hubiera encontrado y se hubiera enamorado de mí.

Ahora escribo, pude retomar mi ritmo de antes. Escribo mucho, porque escribir es lo único -que además de ella- me hace sentir feliz y completa. Humana, pues.

No sacrificaría eso por ella. No lo haría porque ella no querría que lo hiciera.




Pienso en que lo último que le dije fue a través de una carta que con toda la intención del mundo le escribí una madrugada. Pienso en las mentiras que le dije, porque sabía que ~esas cosas~ le quitarían las ganas de buscarme. Pienso en cómo esas mentiras, que ni yo me creía, se han estado haciendo realidad.

Cuentos baratos que se estaban concretando y a los que yo les puse un alto. No quería. No quiero todavía.

No puedo.

Sé lo que significa que todo aquello se hiciera realidad: El adiós.

Pienso en las muchas veces que nos dejamos, en las muchas veces que nos dijimos adiós sólo en palabras pero que no abandonamos la mente de la otra.

Pienso mucho en ella, en las cosas buenas y en las cosas malas y luego la extraño más.




Imagino que su vida, la de ella, es mejor ahora. Sin mí que le esté robando tiempo, atención o energía. Sin mí que le esté provocando ansiedad y miedo, de que un día simplemente decida que ya tuve suficiente de este mundo y me mate alv. Sin mí, que le esté enojando por mis hábitos de tomar. O mis noches de pesadillas o de insomnio. 

Imagino que le va bien en su trabajo, que le va bien con sus roomies, que está conociendo a las demás personas y al mundo. Que poco a poco está construyendo sus sueños. Sin mí que le estorbe. 

Me gusta imaginar que no piensa en mí y no sufre. Que está contenta con lo que tiene y que desea más. Que conoce a alguien y se enamora y la aman como yo no pude, no supe, no quise.  Me gusta imaginar que no me odia por esa carta, ni por nuestras peleas, mis necedades y mis virtudes. Me gusta imaginar que entendió porqué tuve que bloquearla de mis redes sociales, de mis cuentas de memes y de mi teléfono. 

Me gusta imaginar que no me guarda rencor. Que hasta el último momento juntas pudo ver lo mejor de mí.

Me gusta imaginar que se olvida de mí. 




Y luego lloro. Porque aunque sé que estamos mejor así, y yo la extraño, sé que debería desearle todo lo que ya escribí atrás. Y lo hago, no me malentiendan. 

Pero por alguna razón deseo que exista una manera de reencontrarnos. Y luego me odio, porque las despedidas son por algo. Porque este sufrimiento no debería ser en vano. Porque no puedo seguir congelada, sentada esperando a que regrese alguien que ya no me quería.

Y deseo volverla a ver. Deseo que ella vuelva, y que me ame otra vez, que pida perdón por sus fallas y perdone las mías. 

Y luego me quiero morir y se me antoja mucho un whisky con coca.



Es todo un ciclo que repito cada día. A veces dura esas veinticuatro horas, a veces dura seis días. Siempre regreso al mismo punto:

Que la extraño.


Y que no puedo hacer nada.



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