Manzano

 Los arañazos y marcas de mordidas en mis brazos y las ojeras pronunciadas bajo mis ojos producto de no haber dormido mis 8 horas seguidas en más de un mes son algunas de las evidencias que indican que tengo un perro. Y no cualquier perro, un perrito bebé, un cachorrito. 


Mi hermana y yo adoptamos a Manzano el primer fin de semana de febrero -me acuerdo bien porque fue un día bastante difícil por circunstancias ajenas a su adopción- 

Manzano llegó a casa del tamaño de una ratita. Cuando lo vi, en brazos de mi hermana, sentí como si un globo se inflara dentro de mí. Emoción y mucho cariño. Miedo también. 

Temí que hubiera sido separado ~demasiado pronto~ de su madre. Temí que, en pleno mes invernal, se enfermara porque su pelo no era ni muy largo ni muy grueso. Mi hermana rompió un par de calcetines de mi papá y míos para hacerle suéteres. El color verde le queda muy bien, por cierto.

Antes de llegar a mi casa el novio de mi hermana lo llevó al veterinario -nosotrxs no podíamos salir de casa- para revisarlo y todo estaba bien. Cuando llegó, mi hermana estaba muy nerviosa por la reacción de nuestrxs gfs. Ellxs no querían tener perros, no desde Frida y esa es la razón por que la, contraria a mi regla de no escribir de mi familia, he decidido dedicar un post para contar la historia de Manzano. 

Más que hablar de él, como perrito, como compañero de aventuras, como animalito, como familiar mío, quiero hablar de lo que su presencia en mi hogar significa.


Manzano no es sólo otro perro que llegó a mi casa por un deseo egocéntrico y narcisista de mi hermana y mío. No llegó para contrariar a mis xadres.


Llegó como prueba de resiliencia y como, aunque tardada, segunda oportunidad para amar.


Frida era la hija de una de las perras de mi madrina. Mi hermana y yo tendríamos por ahí de los diez u once años, estábamos muy morritas pero era la primera vez que tendríamos un perrito para vivir con nosotras en casa. 

En la casa de mi abuela paterna siempre existieron animales: Mi abuela tenía perros, mi abuelo tenía pájaros. Había gatos que llegaban a refugiarse y eran adoptados. Luego de la muerte de ellxs se siguió con la tradición/gusto/? de seguir adoptando animalitos. Absolutamente todos llegaron de la calle: A veces mis primos se encontraban a un gato dentro de una caja en un lote baldío, a veces un perro simplemente llegaba buscando agua y sombra y mis tíxs, aunque por fuera de carácter frío y serio, no podían negarles esos elementos básicos para la supervivencia y después de ablandado su corazón les compartían de su comida y después les compraban comida propia y de pronto ya había dos perros y dos gatos sin apellido ni casa viviendo dentro, como reyes y reinas. Amados y cuidados una vez que cruzaron el umbral de esa casa hasta el final, eso sí téngalo por seguro.

En la casa de mi abuela materna también existieron animales: Perros de raza. Dálmatas, pastores alemanes, etc, etc. Tanto a mi abuela como abuelo les gustaba convivir con ellos, tenerlos de compañía. Mi abuela pagaba considerables cantidades de dinero para que sus perros fueran bien educados por gente profesional. Mi abuelo congenió muy bien con una perra que vivía en un local donde él llegó a trabajar cuando vino a León -eran chilangos- y se la llevó cuando renunció para irse a poner su propio negocio. 


A pesar de ese contexto, a mi madre como que le daban igual tener o no tener animalitos como familiares. Decía que era "alérgica" al pelo de animal, siento que más bien era apatía. Los animales requieren muchos cuidados, atención, tiempo, dinero y sobre todo paciencia, cosa que no es abundante en mi casa.


Frida había llegado para cambiarlo todo. Por fin tendríamos a una perrita como hermana/hija/familiar. 

Lo cierto es que todo eso fue hace mucho y no lo recuerdo muy bien. Recuerdo que madrugaba mucho y aullaba, porque estaba acostumbrada a los horarios de mi tía. 

También recuerdo que el hijo de la trabajadora doméstica no solía ir a mi casa pero un día lo hizo. Un día dejó abierta la puerta de la entrada por accidente y Frida se salió.

Se perdió. 

Estuvimos haciendo volantes para buscarla, ofrecimos recompensa. 


Nunca dimos con ella y eso, aunque nunca lo han admitido, les rompió el corazón a mis xadres. Sobre todo a mi mamá.

Luego de eso se rehusó enérgicamente el volver adoptar. En sus palabras: "¿Para qué nos encariñamos con un perro si al rato se muere o le pasa algo?".


Si bien, no fue la primera experiencia del duelo y la muerte que viví -mi abuela materna había fallecido como cuatro o cinco años atrás-, sí fue la primera enseñanza ~sobre el amor~ que indirectamente obtuve de mis xadres y mi historia de vida.


¿Para qué me esforzaba en amar si de todas maneras, en algún punto, lo iba a perder todo y me iban a romper el corazón?

Perder a Frida lastimó mucho mi corazón, y sufrí como sólo una niña puede sufrir pero el tiempo pasó y pensé que era una herida que había sanado.

Resulta que mucho de eso lo revivo cuando me relaciono con algo o alguien e involucra el sentir amor.

Aprendí que un daño colateral del amor es el dolor. Que es algo inevitable y que si me duele es porque me importaba. Pero nunca aprendí a salir de eso, nunca aprendí a sobreponerme, nunca aprendí a darme la oportunidad de volverlo a intentar. 

Inconscientemente pensé que eso era todo. Que lo había intentado una (1) vez y como no resultó como yo quería, como terminé herida, no valía más esforzarme. Que eso era todo. Y que el dolor sería mi compañía más leal.


Nunca me había puesto a pensar en cómo esa experiencia y en lo que me dijo mi mamá y en la no-acción de mi papá terminaron por enseñarme y cómo me afectaba ahora de adulta, quince años después.

Lo cierto es que identificaba muy bien mis problemas y mis miedos pero no entendía la razón.

Me aterra el abandono, no saben cuánto. Me aterra y por eso prefiero no dejar que nadie se me acerque mucho porque sé que voy a terminar herida pero no entendía de dónde salía si mi familia nuclear en general siempre había sido estable y mi entorno siempre fue proveedor y yo sabía que mis xadres me querían y me amaban y me aceptaban y todo. 

Me da miedo el dolor y por eso vivo en un constante proceso de luto, porque nunca termino de sentir bien lo que debería, porque no sé llorar y porque prefiero tragarme la amargura y el dolor a punta de copas de vino o fourlokos.



Ahora que llegó a Manzano no duermo más de cuatro horas seguidas (en días buenos sí, en días malos no. Por ejemplo, esta madrugada me dormí hasta las 3:00 am porque Manzano quería comer y jugar), a veces me arden las manos y los brazos cuando me baño porque los rasguños se hacen más presentes. Tengo mucho menos tiempo para escribir y tengo que lavar trastes desde temprano porque si no, Manzano no me deja hacer otra cosa y no puedo tenerlo en la cocina. 

Toda mi colección de revistas para adolescentes se ha ido acabando poco a poco porque se usan como escusado para Manzano. Ya no puedo ir al baño en la madrugada porque Manzano se asusta si se queda solo y llora en la puerta hasta que lo dejo pasar. Ya no puedo comerme mis doritos en la sala viendo alguna película porque apenas abro la bolsa Manzano es capaz de saltar desde donde esté para intentar probar lo que estoy comiendo.

Ya no puedo salir a caminar con tanta frecuencia como antes, porque no puedo dejar solo a Manzano en la casa y no lo puedo sacar porque aún le faltan vacunas -el martes le toca la segunda- 

Me he quedado sin un calcetín verde y ya mordió un libro que me habían regalado en un taller. Me preocupa que Manzano un día descubra cómo llegar hasta mi librero y termine destrozando mis ejemplares favoritos.


A pesar de todo eso desde que llegó siento algo que me es difícil explicar. Estoy preocupada cuando lo miro: ¿Tendrá frío, tendrá calor? ¿Tendrá hambre? ¿Extrañará a su mamá? ¿Sabrá que lo amo y que lo voy a proteger de todo? ¿Le gustarán sus juguetes? ¿Será feliz aquí, conmigo?

Estoy preocupada y a veces me asusto cuando hace ruidos extraños o cuando tiene pesadillas o cuando se aburre y pone cara triste. 

Estoy preocupada pero no me sentía así de contenta en mucho, muchísimo tiempo. Siento que ahora puedo enfrentar lo doloroso que fue para mí perder a Frida y pensar que jamás volvería a amar, jamás tendría otro compañero animalito, jamás sanaría esta herida, jamás se iría este miedo.


Gracias a Manzano ahora entiendo que lo que causó el amor sólo puede ser curado con más amor.


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